Hay la percepción desde la ciudadanía, de una serie de discursos del sector político mexicano que permanece instalado en una posición incendiaria de eliminación del otro, así conciben la construcción de un País mejor, dejándolo peor.
Por un lado el discurso que sataniza a los supuestos integrantes de la supuesta mafia que nos gobierna y que, dice, ha llegado el momento de acabar con ellos.
Por el otro lado, frente al discurso también derogatorio contra el portador del primer discurso incendiario y que convierte a éste en un peligro para México.
No sólo en posición de visiones enfrentadas sino de franca intolerancia y violencia creciente, de ánimos desatados
Y hay otro segmento político el supuestamente más interlocutor enfrascado, sin embargo, en un intercambio de discursos denigratorios, dentro de una reñida competencia por establecer quiénes son peores gobernantes: los de la última década o los de diez años para atrás.
Se trata de los argumentos de los tres partidos más representativos del país PRD, PAN y el PRI.
Además de la conexión que se puede establecer entre “discursos políticos tóxicos o corrosivos“ contra personajes destacados, por los distintos argumentos con fuerte dosis de intolerancia y agresividad en los medios, sí tiene efectos directos de violencia entre la ciudadanía y se complica con el entorno de mayor violencia cotidiana, hoy más recrudecida por el enfrentamiento con el crimen organizado y los Gobiernos desorganizados.
La violencia verbal de los líderes, traducida a violencia física entre sus seguidores, hacen resonancia en un intercambio mediático, es decir, en las notas más espectaculares de la televisión abierta principalmente.
Nuestra cultura política es tóxica y se desarrolla vigorosamente entre escándalos políticos recientes y son usados los discursos como armas de combate.
Considero que sí hay efectos de comunicación, cuando audiencias muy jóvenes, población desempleada, con menor escolaridad, con enojo por sus condiciones materiales de vida, con baja autoestima o tendientes al desequilibrio emocional en este entorno de miedo, por la violencia desatada contra el narcotráfico, son influenciadas por retóricas incendiarias, al grado de ser llevados por los discursos con alto nivel de agresividad.
La violencia verbal alimenta una cultura disfuncional que convierte a oponentes en enemigos, infama al que disiente, rompe amistades, puede generar violencia física y hace imposible el diálogo político. Se trata de una cultura política tóxica.
Una convivencia ciudadana entre enemigos
En la cultura política tóxica de México, podemos concluir además que el discurso incendiario de unos puede matar, y el discurso denigratorio de otros no deja vivir, y que ambos contribuyen al estancamiento que mantiene al País en proceso de descomposición y que resulta conveniente a unos pocos beneficiados del río revuelto.
Es importante añadir que estos discursos altamente tóxicos y difamantes, son armas políticas de gran impacto, sin duda, pero hacen eco en una sociedad ya contaminada por una violencia progresiva e indetenible, lo que genera que se justifique el abuso con mayor fuerza bruta, más que con ideas.
Violencia que engendra violencia y nos acostumbramos a ella.

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